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Las ideas dan poder y quien lo niegue seguramente no ha tenido una buena idea en la vida.
Desde el Renacimiento hasta ahora las obras de arte se han planteado de dos maneras muy diferentes. De una forma determinada hasta el siglo XX y de otra muy distinta a partir de entonces.
Hoy toca hablar de qué podemos ver en las obras clásicas.
Las obras de arte desde el Renacimiento hasta la vanguardia nos han mostrado cómo es el mundo. Nos han contado cómo es todo lo que nos rodea con todo tipo detalle y lo han hecho eterno; que podamos disfrutar durante siglos de cómo eran los reyes y los mendigos, las ciudades y los campos, qué comían, cómo vestían, qué era hermoso para ellos o a qué cosas les daban valor. De la época anterior sólo podemos imaginarlo, no verlo. Qué inmediato, ¿no?.
Pues no lo es. Sobre todo porque antes del Renacimiento los artistas se dedicaban a otra cosa; como contar historias, o decorar, o embellecer,… pero no a esto, eso es seguro, porque no podían. Y no podían porque no tenían medios.
Y fue gracias a la tecnología que pudieron hacerlo.

Si no puedes hacerlo tan bien, mejor haz otra cosa.
Me refiero a la aparición de herramientas como la perspectiva, por ejemplo, o de las lentes (como las de sus gafas o cámaras de fotos) y
la cámara oscura.
No es mi intención hacer un desarrollo minucioso de estos avances, pero sí dejar claro que todo cambió a partir de otras ideas (tecnológicas) que crearon nuevas formas de trabajar (y claro, de pensar). Esto permitía que, en poco tiempo, los artistas pudiesen tomarse más en serio a sí mismos. Su trabajo podía ser, a todas luces, mejor que el de los demás.
Es una cuestión de PODER.
De pronto había artistas que eran mucho mejores que otros. MUCHO MEJORES. Y no hablo de apreciaciones personales sino que había pintores que tenían habilidades que la mayoría no tenían y sus obras mucho más impresionantes, eran poderosos.
Podían pintar a un señor y que se pareciese muchísimo al señor original. Increíble, casi igual. Pintar su ropa, rodearle de sus pertenencias, pintarle en su casa y que se pareciese a su casa real.
Por ejemplo, Van Eyck podía
pintar viejos con todas sus arrugas en una natural postura de tres cuartos en 1433.
Boticelli
sólo mujeres jóvenes y, además, de perfil en 1475.
Todos luchaban por enseñar lo mejor que tenían. Y su objetivo era claro. Mostrar en sus obras algo que pareciese que estaba vivo. Más real que la realidad.
¿Qué pasó entonces? Pues que aquellos artistas que tenían que competir con, pongamos, Van Eyck, tenían que arreglárselas para enseñar otras cosas.
(Si yo hubiese sido Van Eyck tampoco hubiera contado mis secretos a nadie).
Al haber artistas claramente mejores que otros surge la competencia y con ella habilidades insólitas para enseñar lo nunca visto.
Algunos forzaban su punto de vista porque no dominaban la anatomía humana, otros tendrían que componer escenas con muchos personajes y situarlos en lugares maravillosos porque lo que se les daba bien era mostrar arquitectura, otros captaban la luz con sutileza sobre la cara de sus personajes y pondrían el fondo negro porque el fondo no era tan verídico como sus modelos.
Hay mucho de esto en la pintura. También hay mucho otras cosas pero para aclarar este tema habría que ver obras concretas.

¿Es tenebroso el tenebrismo?
Esto es como si dentro de doscientos años les explicasen la diferencia entre
la wii y
la play. Es que son diferentes, a pesar de que las dos parten de un cubo, porque los juegos son diferentes. Pues con los artistas clásicos pasa lo mismo. No juegan todos a los mismos juegos ni con las mismas reglas. Cogen un poco de aquí o de allá pero en lo que son buenos es en cosas muy concretas y esas cosas están en todas y cada una de sus obras.
Pero
esto lo iremos viendo.